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Trasformación De La Práctica Docente Desde La Gestión Emocional Y Convivencia

Trasformación De La Práctica Docente Desde La Gestión Emocional Y Convivencia

Trasformación De La Práctica Docente Desde La Gestión Emocional Y Convivencia

Elaborado por: Eve Deyanira Reyna Legarreta

Introducción

Ser docente no solo implica transmitir conocimientos, sino también desempeñar un rol fundamental en la formación integral de las personas. Cada día en el aula representa una oportunidad para impactar de manera significativa en la vida de los estudiantes, pero también para poder cuestionarnos, adaptarnos y mejorar. A través del tiempo, he comprendido que enseñar es un proceso dinámico que requiere sensibilidad, compromiso, flexibilidad y una profunda conciencia de las necesidades individuales y colectivas.

Durante mis años de servicio como docente, concebía mi labor principalmente desde lo académico, enfocándome en cumplir con los planes de estudio y en que los alumnos alcanzaran los aprendizajes esperados. Sin embargo, comprendí que el verdadero impacto de mi enseñanza no reside solo en los contenidos, sino en la calidad de los vínculos que establezco en el aula. 
 
En este ensayo se pretende dar cuenta del proceso de reflexión y transformación sobre la propia práctica docente en el área de la gestión emocional y la convivencia escolar, con el objetivo de mejorar el ambiente y la educación que se brinda a los estudiantes, haciendo los ajustes necesarios para crear un cambio significativo. 
 
Este proceso ha sido fundamental para mi desarrollo personal y profesional, y ha impactado mi manera de interactuar con mis alumnos, colegas y la comunidad educativa. A medida que fui explorando nuevas estrategias y enfoques, me di cuenta de que la gestión emocional no solo mejora el clima del aula, sino que también potencia el desarrollo
integral de mis alumnos. 
 
 Esta introspección y aprendizaje me han llevado a replantear mi rol como docente, creando espacios donde la empatía, el respeto y la colaboración son fundamentales para el aprendizaje. Como señala Imbernón (2017), “ser docente implica una práctica reflexiva constante que permita transformar no solo el entorno educativo, sino también al propio educador”. Esta mirada me ha motivado a asumir mi labor con responsabilidad, pero también con pasión, creatividad y apertura al cambio. 

Diagnóstico

Explorar y comprender la personalidad, así como desarrollar la inteligencia emocional, es parte fundamental del crecimiento tanto personal como profesional. En el ejercicio docente, conocernos a nosotros mismos, nos permite establecer relaciones más auténticas con los estudiantes, compañeros y con nosotros mismos, favoreciendo un ambiente de aprendizaje más humano y empático.

Para poder hacer una introspección es necesario centrar nuestra visión en los aspectos que queremos rescatar, en este caso se realizó un diagnóstico sobre aspectos emocionales y de personalidad y para ellos, se consideraron los instrumentos como la “Ventana de Johari” y el “test de inteligencia emocional de Emily Sterrett” que fueron claves para diagnosticar y reflexionar sobre aspectos profundos de mi comportamiento, mi comunicación y mis emociones.
 
La Ventana de Johari me ayudó a identificar aquellas áreas de mi personalidad que son conocidas por mí y por los demás, así como aquellas que permanecen ocultas o desconocidas. Esta toma de conciencia me permitió abrirme más al diálogo, aceptar retroalimentación y trabajar en aspectos de mi identidad que afectan directamente mi forma de enseñar y relacionarme en el aula. En mi caso planteo la necesidad de escuchar más a los demás para reducir mi área ciega, también a ser más accesible a recibir retroalimentación y sobre todo a mantener una comunicación abierta.
 
Por otro lado, el test de Emily Sterrett me ofreció una visión clara de mis fortalezas y áreas de oportunidad en cuanto al manejo de la inteligencia emocional, especialmente en dimensiones como la autorregulación, la empatía y la gestión de relaciones interpersonales. Este test se divide en 6 categorías esécificamente, que son autoconciencia, empatía, autocontrol, motivación, autoconfianza y competencia social.
 
En este caso, detecté un puntaje inferior en la categoría de competencia social, la cual tiene que ver con actuar de manera efectiva y armoniosa con los demás, también con saber gestionar nuestras propias emociones y las de los demás. Dentro de otras categorías tuve algunos aspectos específicos bajos, como en saber cómo me percibe la gente, en aceptar de buena manera mis errores, pedir disculpas, no aferrarme a los problemas, vergüenza para hablar en público y afrontar tranquilamente las emociones de los demás. 
 
Ambos instrumentos no solo me brindaron un diagnóstico, sino que también me invitaron a iniciar un proceso de mejora continua. Reconocí que, para ser una docente emocionalmente competente, primero debo estar dispuesta a mirar hacia adentro, a fortalecer mi autoconocimiento y a desarrollar habilidades emocionales que se traduzcan en una práctica más consciente, respetuosa y efectiva. 

Violencia en la escuela

La violencia en la escuela, por su parte, es un tema importante para conocer y saber abordar, esta se manifiesta de múltiples formas: desde agresiones físicas y verbales entre estudiantes, hasta formas más sutiles como la exclusión, el acoso escolar o la falta de respeto entre sí. Este fenómeno no solo afecta el ambiente escolar, sino que impacta profundamente en el bienestar emocional, el rendimiento académico y la convivencia dentro del aula. Reconocer y abordar la violencia en sus distintas expresiones se ha convertido en un desafío urgente y constante en la labor educativa.

La escuela debe ser un espacio seguro, inclusivo y respetuoso, donde cada niño, niña y adolescente pueda desarrollarse plenamente. Sin embargo, esta realidad requiere del compromiso activo de todos los actores educativos y de la implementación de estrategias preventivas y formativas. Desde mi experiencia, he aprendido que es fundamental promover una cultura de paz, basada en el diálogo, la empatía, la resolución pacífica de conflictos y el fortalecimiento de habilidades socioemocionales. Solo así es posible construir un entorno donde prevalezca el respeto y donde cada estudiante se sienta protegido, valorado y escuchado.
 
En este sentido, el trabajo de Blaya y Ochoa (2020) llamado «Investigando sobre la convivencia y la violencia en las escuelas», es una investigación que no solo analiza la problemática de la violencia escolar, sino que también propone un enfoque integral hacia la convivencia. Ha sido una fuente de reflexión profunda sobre el papel que desempeñamos como educadores en la construcción de un ambiente escolar seguro y respetuoso.
 
Se destaca que, la convivencia es un proceso social que requiere de la participación activa de todos los miembros de la comunidad educativa (Blaya & Ochoa, 2020). Esta afirmación me interesó, ya que muchas veces he visto la convivencia como un concepto abstracto, sin comprender plenamente su importancia en la dinámica del aula. Ahora entiendo que la convivencia no solo se refiere a la ausencia de conflictos, sino a la creación activa de relaciones basadas en el respeto y la empatía.
 
Uno de los aspectos más impactantes es su análisis sobre la violencia en las escuelas, es que a menudo, hemos escuchado que la violencia escolar es un fenómeno aislado, pero el texto nos recuerda que, la violencia es un reflejo de problemas más profundos en la sociedad (Blaya & Ochoa, 2020). Esta perspectiva me hizo reflexionar sobre cómo mi entorno familiar y social influye en los comportamientos de mis estudiantes. He considerado que, como docentes, tenemos la responsabilidad de abordar estos problemas desde la raíz, promoviendo un ambiente donde se fomente el diálogo y la resolución pacífica de conflictos y sobre todo de manera colaborativa, incluyendo así a las familias.
 
Estos autores también presentan diversas estrategias para mejorar la convivencia. Una de las más valiosas que he comenzado a implementar es la creación de espacios de diálogo. Según los autores, «los círculos de diálogo permiten a los estudiantes expresar sus emociones y construir un sentido de comunidad» (Blaya & Ochoa, 2020). He notado que, al fomentar estos espacios, mis alumnos se sienten más cómodos compartiendo sus inquietudes, lo que ha contribuido a disminuir la tensión y a mejorar las relaciones interpersonales en el aula. De igual manera se creó una lista de acciones que los diferentes actores educativos pueden llevar a cabo para la prevención de violencia en la escuela, sin descartar que la familia es un pilar importante en estas acciones.

En general, me he dado cuenta de que, como docente, tengo la responsabilidad de ser un modelo a seguir y de promover valores que favorezcan la convivencia pacífica. La conciencia y aplicación de actividades, así como el impacto que han tenido, me ha inspirado a seguir aprendiendo y a buscar nuevas formas de abordar la violencia y la convivencia en mi práctica diaria.

Comunicación asertiva

En un mundo donde las interacciones humanas están influenciadas por la diversidad de opiniones y emociones, la comunicación asertiva se convierte en una herramienta indispensable para establecer vínculos basados en la empatía, el respeto y la equidad. Este tipo de comunicación favorece el desarrollo de la autoestima y la confianza personal, al permitir que cada individuo defienda sus derechos sin recurrir a la violencia ni a la pasividad. Este tipo de comunicación resulta esencial para construir relaciones saludables, resolver conflictos de manera pacífica y fomentar entornos de convivencia positivos. 

Promover el asertividad se convierte en una tarea fundamental para fortalecer el área social y emocional. En ese sentido, Valverde Pinedo (2020) señala que “la comunicación asertiva favorece el desarrollo de habilidades sociales, mejora la autoestima y promueve relaciones interpersonales saludables, contribuyendo de manera significativa al bienestar psicológico y emocional de las personas” (p. 45). 
 
Desarrollar esta capacidad permite no solo defender derechos propios con firmeza, pero sin violencia, sino también escuchar activamente y responder con sensibilidad ante las necesidades del otro. En los entornos educativos, fomentar la comunicación asertiva en estudiantes y docentes es clave para mejorar el clima escolar, prevenir situaciones de violencia y fortalecer la educación emocional son parte de una formación integral. 
 
A lo largo de mi experiencia personal y profesional, he aprendido que comunicarme no es solo decir palabras, sino hacerlo con claridad, respeto y sinceridad. Para mí, la comunicación asertiva se ha convertido en una herramienta fundamental para expresar mis ideas y emociones sin temor a herir ni ser herido. Entiendo que ser asertivo implica encontrar un equilibrio entre defender mis derechos y respetar los de los demás, y que esto requiere practicar acciones específicas que mejoran mis interacciones con los demás.
 
Una de las prácticas que más he valorado es la escucha activa. Aprender a escuchar con atención plena, sin interrumpir ni juzgar, me ha ayudado a conectar verdaderamente con quienes me rodean. Cuando escucho de esta manera, no solo comprendo las palabras que me dicen, sino también las emociones y el lenguaje corporal, lo que me permite responder con empatía. Esta forma de escuchar me ha enseñado que el diálogo es un camino de ida y vuelta, y que para ser comprendido primero debo comprender.
 
Además, he descubierto que el tipo de respuestas que doy influye mucho en la continuidad y profundidad de la conversación. Uso respuestas cerradas cuando necesito confirmar o aclarar información específica, pero es mejor usar las respuestas abiertas, ya que invitan a la reflexión y a que el otro se exprese más libremente. Al elegir conscientemente entre estos tipos de respuestas, puedo facilitar conversaciones más profundas y constructivas, donde ambas partes se sienten escuchadas y valoradas. 
 
Otro aspecto fundamental que he incorporado en mi comunicación es el cambio de mensajes que comienzan con “tú” por lo que se conoce como mensaje “yo”. Antes solía decir cosas como “tú no me entiendes” o “tú siempre haces lo mismo”, lo que generaba rechazo o actuar a la defensiva. Ahora prefiero expresar cómo me siento, diciendo, por ejemplo: “me siento frustrada cuando pienso que no me escuchas”. Esta transformación me ha permitido expresar mis emociones sin culpar ni atacar, lo que abre un espacio para el diálogo y la comprensión mutua. 
 
Reconozco que ser asertivo no es fácil y que implica un proceso constante de consciencia, observación y práctica. Sin embargo, he comprobado que al aplicar la escucha activa, el uso adecuado de respuestas y mensajes, mis relaciones se vuelven más tranquilas, respetuosas y cómodas. En definitiva, la comunicación asertiva ha transformado mi manera de relacionarme y entender a los demás, y creo firmemente que es una habilidad que todos podemos trabajar para construir vínculos más humanos, empáticos y efectivos.

Disciplina en el aula y la escuela

La disciplina en el aula es un aspecto fundamental en el proceso educativo, ya que establece como se desarrollan las interacciones entre estudiantes y docentes. Una gestión adecuada de la disciplina no solo promoverá un ambiente de aprendizaje positivo, sino que también fomentará valores como el respeto y la responsabilidad. En este caso, es esencial considerar que la disciplina no debe ser vista simplemente como un conjunto de reglas estrictas o castigos, sino como una herramienta que busca educar y guiar el comportamiento. 

La disciplina efectiva se basa en crear un entorno seguro y acogedor, donde los alumnos se sientan valorados y escuchados, para ello se deben implementar estrategias que fomenten la cooperación, la comunicación y el autocontrol. Al establecer expectativas claras y justas, los maestros pueden ayudar a los alumnos a comprender las consecuencias de sus acciones y a desarrollar habilidades sociales necesarias para una buena convivencia. 
 
En la actualidad, la idea de la disciplina en el aula debe cambiar hacia métodos más positivos y constructivos, como la disciplina positiva. Este enfoque, que se centra en el fortalecimiento de la autoestima y el respeto mutuo, muy alejado de las prácticas punitivas tradicionales, este busca empoderar a los estudiantes para que tomen decisiones responsables.
 
Para abordar más específicamente este tema, la lectura de «Disciplina Positiva» de Jane Nelsen ha sido una gran referencia, ya que ofrece un enfoque que no solo busca corregir comportamientos indeseados, sino también fomentar el respeto y la dignidad. Esta autora argumenta que la disciplina positiva no es un castigo, sino una forma de enseñar (Nelsen, 2002). Esta frase me hizo reflexionar, ya que a menudo hemos sido educados en la creencia de que el castigo es la única forma eficaz de corregir el comportamiento. Sin embargo, este enfoque punitivo puede generar resentimiento y rebeldía en los niños. 
 
 Al aplicar la disciplina positiva, los niños no solo aprenden a comportarse mejor, sino que también desarrollan una autoestima saludable. Nelsen señala que los niños hacen mejor las cosas cuando se sienten mejor (2002). Esta reflexión me ha llevado a reconsiderar mis propias prácticas disciplinarias y a preguntarme ¿cómo hago sentir a mis alumnos con las practicas disciplinarias que llevo a cabo? 
 
Pienso que los adultos tenemos la capacidad para modelar comportamientos respetuosos y empáticos, y con ello fomentamos el ejemplo. Entonces, con esto debería ser mejor apoyar a los niños no solo corrigiendo sus comportamientos, sino también guiándolos hacia una comprensión más profunda de sus acciones y sus consecuencias. Al aplicar técnicas de disciplina positiva, he observado que los niños son más receptivos y colaborativos. En lugar de ver la disciplina como un castigo e imponencia, se debe ver como una oportunidad de aprendizaje.
 
Un aspecto que debemos destacar es la diferencia entre disciplina y castigo, Nelsen menciona que la disciplina proviene del latín ‘disciplina’, que significa ‘enseñar’ (2002). Esta distinción es fundamental, ya que nos ayuda a entender que el objetivo de la disciplina debe ser enseñar y no simplemente castigar. A través de esta lectura, puede aprender a implementar consecuencias lógicas en lugar de castigos sin sentido, lo que ha fomentado una comunicación más abierta y efectiva con los niños. 
 
Además, uno de los puntos que más me ha impactado es el concepto de que los niños desanimados son aquellos que se comportan mal (Nelsen, 2002). Esto me ha hecho reflexionar sobre las razones detrás de ciertos comportamientos. En lugar de reaccionar con frustración, he empezado a preguntar qué puede estar detrás de la conducta de un niño. Este cambio de perspectiva no solo mejora la relación, sino que también permite a los niños sentirse escuchados y comprendidos.
 
En conclusión, la disciplina positiva no solo mejora el comportamiento de los niños, sino que también construye relaciones basadas en el respeto y la dignidad. Gracias a las lecturas, la comprensión y experimentación de hacer cambios en mis practicas disciplinarias, me ha motivado a seguir aprendiendo y aplicando estos principios en mi vida diaria, con la esperanza de formar niños más felices y seguros de sí mismos.

Gestión emocional propia

A lo largo de mi vida, he experimentado altibajos emocionales que, muchas veces, no supe cómo manejar. La gestión emocional propia es una habilidad esencial en la vida cotidiana, ya que influye directamente en nuestro bienestar personal, nuestras relaciones y nuestra capacidad para enfrentar los desafíos. Saber identificar, comprender y regular nuestras emociones no solo mejora la salud mental, sino que también favorece una convivencia más sana y una toma de decisiones más consciente. 

 En un contexto cada vez más exigente y acelerado, aprender a gestionar nuestras emociones se vuelve un acto de autocuidado y responsabilidad. Como señala Jesús Matos Larrinaga (2017), “la clave no está en eliminar las emociones negativas, sino en aprender a manejarlas para que no nos dominen” (p. 42). La gestión emocional no es reprimir lo que sentimos, sino reconocerlo, aceptarlo y canalizarlo de forma razonable, permitiéndonos vivir de manera más equilibrada. 
 
Pensamos que las emociones no son tan importantes o no juegan un papel principal en nuestra vida, pero, al contrario, estas son nuestro motor, Jesús Matos plantea que «las emociones son como el dolor físico, una señal que nos indica que algo no va bien y que debemos prestarle atención» (Matos, 2017, p. 35). Esta idea me hizo replantearme mi manera de reaccionar ante emociones como la tristeza o la ansiedad. Antes solía luchar contra ellas, tratando de ignorarlas o aparentar que todo estaba bien. Sin embargo, entendí que esta actitud solo prolongaba mi malestar. Al igual que cuando no ignoramos una herida en el cuerpo, tampoco deberíamos ignorar nuestras emociones.
 
Muchas ocasiones reprimimos nuestras emociones, seguimos nuestro día ignorando lo que sentimos para no enfrentarlo, según Matos, “la aceptación no es resignación, sino el primer paso para transformar la emoción” (p. 68). Esta frase me ayudó a cambiar mi percepción: aceptar lo que siento no me convierte en débil, sino en una persona consciente de su interior. Hoy, cuando me siento frustrada o ansiosa, trato de identificar la causa y permitir que esa emoción fluya, sin juzgarla ni juzgarme. 
 
Las emociones cumplen una función vital en nuestra vida, no aparecen por casualidad, cada una tiene un propósito. Entender esto fue para mí un cambio profundo, Jesús Matos (2017) explica que, “las emociones tienen una función adaptativa, nos ayudan a movernos en el entorno y a sobrevivir en él” (p. 38). Me di cuenta de que, en lugar de combatir mis emociones, debía desarrollar un sistema de respuesta emocional consciente, es decir, darme el permiso de sentir, identificar lo que siento, nombrarlo y elegir cómo responder sin hacer daño a mí ni a los demás. 
 
Sin embargo, este proceso no ha sido sencillo, en el camino, también me hice consiente de mis heridas de la infancia, esas marcas que quedan de los momentos de dolor que no comprendimos, las carencias afectivas, los rechazos o incluso los mensajes no dichos. Me di cuenta de que muchas de mis reacciones emocionales no tienen que ver con mi presente, sino con un pasado no resuelto. Como explica Borja Vilaseca (2020), “la mayoría de nuestros conflictos emocionales no nacen en el ahora, sino que son reflejos de heridas emocionales infantiles que siguen abiertas” (p. 142). 
 
 He aprendido a regularme con herramientas como la respiración consciente, las caminatas, la terapia y, sobre todo, con el auto escucha. Comprendí que gestionar mis emociones no significa controlarlas, sino atenderlas. Que cada emoción trae un mensaje que, si se lee oportunamente, me ayuda a crecer, y que las heridas del pasado pueden doler, pero también pueden convertirse en fuente de sabiduría si me atrevo a mirarlas de frente.
 
En conclusión, conectar con mis emociones y gestionar mis respuestas me ha permitido vivir con más tranquilidad. Sanar las heridas de la infancia no es un proceso fácil, pero es profundamente transformador. Hoy sé que no hay emociones buenas o malas, solo emociones que necesitan ser comprendidas, y que detrás de cada reacción intensa hay una historia que merece ser escuchada.

Conclusiones

Mirar hacia adentro ha sido, sin duda, uno de los procesos más reveladores y transformadores en mi trayectoria docente. A lo largo de este camino, he comprendido que enseñar no es solo transmitir conocimientos o cumplir con un programa educativo, sino que implica un compromiso con la formación integral de mis estudiantes, así como conmigo misma. Este ensayo es una mirada honesta y reflexiva a los cambios que he experimentado al centrarme en la gestión emocional, la convivencia escolar y en cómo ambas dimensiones impactan directamente en la calidad de mi práctica docente. 

He aprendido que la gestión emocional comienza por reconocer y aceptar mis propias emociones, sin juzgarlas ni reprimirlas, permitiéndome ser más auténtica y empática con quienes me rodean. El trabajo con instrumentos como la Ventana de Johari o el test de inteligencia emocional de Emily Sterrett me ofreció claridad sobre mis fortalezas, pero sobre todo sobre aquellas áreas que necesitaban atención urgente. Aceptar mis límites y mis áreas de oportunidad no fue fácil, pero fue el primer paso para abrirme a un proceso de mejora continua.
 
Asimismo, abordar temas como la violencia escolar y la convivencia me ha llevado a cuestionar antiguas creencias, prácticas punitivas y modelos de autoridad que alguna vez consideré normales. Ahora sé que la disciplina debe ser entendida como una herramienta para educar, no para castigar. Poco a poco, he integrado estrategias más humanas y efectivas en mi práctica: he creado espacios de diálogo en el aula, he promovido la escucha activa, he cuidado mis palabras y, sobre todo, he aprendido a sostener emocionalmente a mis estudiantes sin perder de vista mis propias necesidades como ser humano. Me he dado cuenta de que, cuando los alumnos se sienten valorados, escuchados y comprendidos, su disposición al aprendizaje cambia radicalmente. Pero para llegar ahí, primero tuve que trabajar en mí, en mi historia, en mis heridas, en mis emociones, y lo sigo haciendo, porque este proceso no tiene un final, es constante.
 
Ha sido especialmente revelador entender que muchas de mis reacciones actuales estaban ligadas a vivencias no resueltas del pasado. Al reconocer mis propias heridas emocionales, pude comenzar a sanar y, desde ahí, poder acompañar con mayor sensibilidad a mis estudiantes en sus propios procesos. Comprendí que sentir no es una debilidad, sino una fortaleza que, bien gestionada, me convierte en una educadora más cercana, más consciente y más capaz. 
 
Hoy puedo decir que soy una docente diferente, no perfecta, ni terminada, pero sí en proceso constante de crecimiento. He aprendido que educar desde la emoción, la conciencia y el respeto es el camino para transformar verdaderamente la práctica docente. Cada estrategia implementada, cada reflexión escrita, cada cambio de mirada ha sido un paso hacia una versión más íntegra de mí misma y, por ende, hacia una educación más humana. 
 
Esta transformación no termina aquí, sé que aún hay mucho por aprender, muchos errores por cometer y muchas emociones por gestionar, pero ahora avanzo con más herramientas, con mayor claridad y con la convicción de que transformar mi práctica no solo beneficia a mis estudiantes, sino que me permite también vivir con mayor coherencia, bienestar y sentido.

Referencias

Blaya, C., y Ochoa, N. E. (2020). Investigando sobre la convivencia y la violencia en las escuelas. Homo Sapiens Ediciones. 

Imbernon Muñoz, F., y Canto Herrera, PJ (2013). “La formación y el desarrollo profesional del profesorado”. España y Latinoamérica. Sinéctica, Revista Electrónica de Educación, (41), 1-12. 
 
Matos Larrinaga, J. (2017). Un curso de emociones: Aprende a gestionar lo que sientes. Zenith. 
 
Nelsen, J. (2002). Disciplina Positiva. 3.ª ed. Ediciones Urano. 
 
Valverde Pinedo, M. A. (2020). Habilidades sociales y comunicación asertiva en estudiantes universitarios de una institución educativa en Lima Metropolitana [Tesis de licenciatura, Universidad César Vallejo]. Repositorio Institucional UCV. https://repositorio.ucv.edu.pe/handle/20.500.12692/54497 
 
Vilaseca, B. (2020). Lo que no se comunica, no existe: Aprende a expresar tus emociones para transformar tus relaciones. Grijalbo